Un día normal en EL MUNDO empieza… En realidad, ni empieza ni acaba. Veinticuatro horas al día, periodistas, técnicos, secretarias, ejecutivos, servicios auxiliares… siempre hay alguien pendiente de mantener viva la información del papel y de la web en la sede de San Luis, en Madrid. Ahora, todo es distinto. O quizá no tanto.
«La redacción de EL MUNDO no cerrará, a no ser que nos obliguen como una medida extrema de seguridad». Con este reto del plan de contingencia elaborado hace meses, la plantilla del Grupo Unidad Editorial (UE) puso en marcha ayer la fase más avanzada de una hoja de ruta que garantiza que todas las cabeceras cumplirán su compromiso con los lectores y oyentes a pesar de que casi el 100% de la plantilla no acude ya a su puesto de trabajo.
«De las ruidosas reuniones del staff con los jefes de sección para concretar los contenidos informativos y de opinión pasamos, primero, a reducir el número de asistentes y sentarnos a más de un metro de distancia unos de otros. Ahora, ni eso: todos en videoconferencia y con sólo el personal imprescindible en la redacción», explica Juan Fornieles, subdirector de EL MUNDO y responsable del Print Desk, la sección que se encarga de la edición del diario en su versión de papel.
Esos «imprescindibles» eran ayer un mínimo de tres y un máximo de siete personas, ubicadas en un espacio que habitualmente ocupan más de 200. La jornada de tarde comenzó con la enfermera de la empresa tomando la temperatura a cada uno para autorizarles a seguir en sus mesas, que cada noche son desinfectadas. «Treinta y seis grados y medio», refiere Francisco Pascual, subdirector de EL MUNDO, responsable de la información nacional. «Yo una décima menos, estoy como un toro», bromea Daniel García, el único redactor de Cierre que se sentaba ayer en su puesto.
«Orgullo de equipo». Así resumía Francisco Rosell, director del periódico, sus sentimientos al ver cómo la redacción se transformaba sin grandes desajustes para afrontar el reto que supone fabricar un diario con un virus como gran enemigo.
En realidad, el sistema de trabajo no es del todo nuevo, muchos redactores ya escribían habitualmente desde fuera de la sede. Pero la empresa editora de EL MUNDO, en previsión de cualquier escenario por la pandemia, dispuso hace más de un mes la compra masiva de equipos para teletrabajo, así como de plataformas telemáticas que ofrecen a los redactores las mismas herramientas que tendrían en sus mesas. «Nos vemos a través de nuestras cámaras, compartimos nuestros documentos en escritorios virtuales, recibimos instrucciones a través de chats privados, accedemos a todo lo que tendríamos si estuviéramos ocupando nuestro puesto… Va un poco más lento, pero en ocasiones te olvidas de que estás en casa. Parece increíble, pero todo funciona», coinciden por videoconferencia Isabel Muneray Daniel Somolinos, redactores del Print Desk.
Esta prueba de fuego sobre las posibilidades del teletrabajo ocurre en una situación excepcional, en una tormenta perfecta para el periodismo: todo al mismo tiempo, todo relevante, casi todo a última hora y con una gran demanda de información por parte de la población. «Nuestro gran reto es la coordinación, no sólo con los redactores de Madrid sino también con los corresponsales», explica Silvia Román, redactora jefe de la sección Internacional del diario, la última en abandonar el barco presencial y comenzar a trabajar desde su casa.
«Lo más importante es la actitud de los trabajadores: todos demuestran estar muy comprometidos con su deber de informar para que los ciudadanos puedan disfrutar de su derecho a estar informados», insiste Joaquín Manso, director adjunto de EL MUNDO y responsable de la nueva oferta de fin de semana.
«La enfermedad tiene rostros. Y los buscamos cada día en la sección de Madrid», explica su redactor jefe, Ferran Boiza, quien se encarga de uno de los territorios más azotados por la pandemia. Boiza destaca la dificultad añadida de estar en el epicentro del contagio, y reconoce que varios de sus periodistas tienen que identificarse reiteradamente ante la Policía. «Estamos en la calle, con medidas de autoprotección, pero sin renunciar a nuestro compromiso de informar», refiere. «Llevo 30 años en la redacción. Esta crisis estimula la creatividad de todos, tenemos que salir a buscar las historias del día a día», le apoya Rafael Moyano, director adjunto de EL MUNDO.
En uno de los escenarios con más movimiento, el pool de secretarias, todos sus ordenadores están ahora apagados. Pero la labor es incluso más intensa: «Tenemos que cancelar todos los viajes, las habitaciones de hotel de los compañeros de Deportes, negociar los reembolsos… Es un parón que da mucho trabajo», explica Pilar Retamosa.
A punto de comenzar la última telerreunión de la jornada para concretar los contenidos que ya tiene usted hoy en sus manos, o en su pantalla, Miguel G. Corral, director del área de Salud de Unida Editorial, se muestra rotundo: «Aquí no todo vale. El rigor científico no es negociable. Paso más tiempo filtrando bulos que escribiendo. No podemos permitir que se cuele ni una falsa alarma. No nos sumamos a los que publican un rumor para conseguir más visitas en internet», insiste.
Se acerca la hora del cierre para el diario. Los periodistas del turno de noche de elmundo.es ocupan sus asientos… en casa. Suenan muchos teléfonos. Hay quien todavía no sabe que nuestro trabajo se desarrolla ahora de otra manera. «Lo que sí es evidente para todos es que el coronavirus no parará EL MUNDO», sentencia Juan Fornieles.