Era el 14 de abril de 2016. Era el primer día completo de la nueva etapa de Kobe Bryant como jugador retirado de la NBA. Todo lo que había hecho la noche anterior era anotar unos impresionantes 60 puntos en su juego de despedida, y no había salido del Staples Center hasta la medianoche.
Sus empleados en Kobe, Inc. Estaban seguros de que esa mañana llegarían a la oficina antes que su jefe.
Se equivocaban. Ganó a todo el mundo por dos horas. “Tenemos mucho trabajo que hacer”, les dijo.
Incluso una vez retirado, Bryant no encontraba un sustituto para el trabajo duro.
Kobe Bean Bryant era muchas cosas: uno de los mejores jugadores de la historia del baloncesto, ganador de cinco campeonatos de NBA, medallista olímpico de oro, hablante con fluidez de varios idiomas, ciudadano del mundo, ganador de un Oscar, la autodenominada Mamba Negra -que comenzó como un apodo y se convirtió en su apodo- y alguien tan bueno que los Lakers de Los Ángeles retiraron dos números por él.
Y nunca se detuvo. El baloncesto fue su obsesión durante 20 años en la NBA. La narración fue su obsesión el resto de su vida.
Como era de esperar, el mundo de la NBA lloraba tras conocer la muerte de Bryant en un accidente de helicóptero el domingo en el sur de California. LeBron James estaba inconsolable cuando se enteró, al día siguiente de adelantar a Bryant en el número 3 de las tablas históricas de anotaciones. Doc Rivers tuvo problemas cuando intentó expresar lo que sentía. Incluso Kawhi Leonard, normalmente más que estoico, tenía lágrimas en los ojos cuando hablaba sobre Bryant.
Pero el dolor era obvio en otros lugares: La estrella del baloncesto femenino Sabrina Ionescu, jugadora de Oregon, no ocultó su dolor al decir que dedicaba el resto de su temporada a la memoria de Bryant. Neymar hizo un gesto marcando un “24” con los dedos tras anotar un gol para el Paris Saint-Germain y el estadio de los Miami Dolphins, donde se celebrará el Superbowl, se iluminó con los colores dorado y púrpura de los Lakers como tributo.
Las estrellas, como James y Leonard y Ionescu y Neymar, eran todos como Bryant. Obsesionados con su trabajo. Esa era la clase de gente con la que más disfrutaba Bryant. No tenía mucha paciencia para nada más.
Los compañeros nunca fueron inmunes a sus críticas. Ni siquiera Shaquille O’Neal, otro grande de la NBA, pudo evitar los choques con Bryant. O’Neal era 15 centímetros (medio pie) más alto y probablemente pesaba unos 45 kilos (100 libras) más que Bryant. No importaba. Bryant quiso pelear una vez en un entrenamiento, de modo que pelearon.
Su dureza era legendaria. Bryant se destrozó el talón de Aquiles en una jugada en 2013 en la que recibió una falta, y encestó los dos tiros libres sabiendo que su temporada se habría terminado unos segundos después.
Su compromiso era legendario. Hubo un juego en 2011 en Miami en el que los Lakers perdió por seis, y Bryant estaba tan descontento con su juego que volvió a la cancha para 90 minutos de tiros a canasta sin interrupción, hasta pasada la medianoche. Sus compañeros cenaban en Miami Beach mientras él trabajaba. “Es mi trabajo”, dijo.
Su estilo era legendario. Durante el torneo FIBA Américas de 2007, Bryant no se mostró muy impresionado con que Brasil creyera tener una oportunidad de vencer a Estados Unidos. De modo que se encargó la tarea de defender a Leandro Barbosa, que hasta ese momento era el máximo anotador del torneo. Agobiado por Bryant, Barbosa encestó una canasta en toda la noche y Estados Unidos ganó por 37. “Mirar a un tiburón blanco es una cosa”, dijo Bryant a sus compañeros. “Pero saltar a la piscina con uno es otra cosa”.
Estrella completa
Jugaba para Los Ángeles, pero era una estrella en todas partes. En el Mundial de China el pasado verano, Bryant estaba en la cancha para ver un partido en las rondas finales. Dijo unas pocas palabras en mandarín y los aficionados en Beijing gritaron con más entusiasmo que el que habían mostrado por el anterior orador, Yao Ming.